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Marianita limeña o El divorcio for

El autor, acompañado de tres cantantes, presenta la obra con un madrigal, y dice que en ella se narra la dulce historia de Marianita. La acción se inicia entonces y tiene lugar en el patio del convento de Santa Clara de la ciudad de Lima, en la época del Virrey Amat.
La Hermana Tornera interpela al público y le promete una cómica tragedia. Sabe cuanto pasa en el convento y también cuanto pasa afuera, porque su amigo “el viento” trae las voces y las coplas que se oyen por las calles, y también los pregones de los vendedores que pasan a toda hora. En efecto, son las seis de la mañana, la lechera pregona su mercancía.
“La historia empieza”, anuncia la Hermana Tornera. Fuera se oyen gritos en demanda de auxilio. Acuden la Madre Abadesa y las demás hermanas: “¡Abridme!”. Es Marianita Belzunce, está desesperada. Las puertas del convento se abren y la niña pide amparo a su prima, la Madre Abadesa.
Un momento después, una voz autoritaria clama por la Hermana Tornera. Esta se acerca al torno fingiendo ser una anciana. Pero el hombre que está fuera parece no dejarse engañar. “Decid a doña Mariana que su marido la espera, y ordena que vuelva a su casa”.
El pregón del biscochero señala las ocho de la mañana.
Ya más tranquila, Marianita cuenta qué sucede. Hace justamente un año la obligaron a casarse con el viejo conde de Casa Dávalos. “Sesenta años y mucha plata y oro”. Pero la noche de la boda, Marianita se encerró en su alcoba y convenció al viejo de que hiciera méritos para que ella llegara a quererlo, porque, según decía su tía, “después de un tiempo el amor se cría”. Y esa mañana se ha cumplido el año; por eso Marianita ha huido de su casa. Se propuso quererlo pero todo ha sido inútil. La Madre Abadesa promete protección a la niña.
Marianita, la Madre Abadesa y la Hermana Tornera expresan sus sentimientos en un madrigal.
El pregón de las nueve: “Zanguito de ñajü” cierra la escena primera.
Luego de un brevísimo intermedio orquestal, empieza la escena segunda. La voz de la talamera señala las diez de la mañana. La campanilla del convento suena imperativa. ¡Un enviado del Virrey! La madre ordena que abran la puerta. El recién llegado explica el motivo de su visita: la conducta de Marianita y la actitud de la Abadesa han desatado el escándalo; hasta se habla de divorcio. Pero el mensajero tendrá que irse como ha venido; la madre no cederá.
Para la vendedora de picante. Ha transcurrido otra hora. Entonces, aparece un grupo de hombres que cantan una copla: el pueblo, que ha tomado intervención en el pleito a favor de Marianita, se burla del viejo. Mediodía. El frutero pregona su fresca mercancía. El enviado del Virrey insiste ante Marianita: debe reconocer los derechos del marido y detener el escándalo. Pero la niña es terminante: “Dígame señor, ¿tengo yo cara de papilla? Pues entonces no soy plato para el viejo...”
El vendedor de “ante” cierra la escena con su tentador pregón. Se inicia la escena tercera con un brevísimo intermedio, al que sigue un madrigal de pregoneros.
Como al comienzo de la escena primera, la Hermana Tornera interpela al público y le promete narrar enseguida el final de la historia. Invoca al viento, fiel portador de coplas y pregones; éste acudirá presuroso trayendo nuevas coplas... Es entonces cuando reaparecen los hombres de la escena segunda: ha ocurrido un acontecimiento inesperado: “El Conde quiso desmentir las redondillas, se entregó a una vida harto licenciosa... y murió de repente”. Las hermanas llaman entonces a Marianita para decirle lo sucedido. La niña es libre y puede volver a su casa. Se oyen las voces de los copleros que saludan la libertad de Marianita: “Por ti mueren de amor españoles y limeños”. En un madrigal, Marianita, la Madre Abadesa y la Hermana Tornera se despiden tiernamente.
Se oye la voz del animero que pide limosna para la iglesia. Son las seis de la tarde. La historia ha terminado.

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